Problemas en recién nacidos y lactantes
Un bebé que nace al término del embarazo ha permanecido entre 37 y 42 semanas en el útero; uno nacido antes de las 37 semanas es considerado prematuro, y uno que haya nacido después de las 42 semanas se considera "nacido después de término" (o posmaduro). En los tres casos se prevén problemas de tipo diferente.
Prematuridad
La prematuridad es un proceso que afecta al desarrollo del bebé nacido antes de que se hayan cumplido 37 semanas de gestación.
La prematuridad, especialmente en caso de ser extrema, es la causa principal de los problemas e incluso de la muerte tras el parto. Algunos de los órganos internos del bebé pueden no haberse desarrollado completamente, lo que le expone a un riesgo mayor de padecer determinadas enfermedades.
En general, se desconoce la razón por la cual un bebé nace prematuramente. Sin embargo, el riesgo de un parto prematuro es mayor en las mujeres solteras con menores ingresos y escasa educación. El cuidado prenatal inadecuado, una nutrición deficiente o una enfermedad o infección no tratadas durante el embarazo también exponen a la mujer a un elevado riesgo de parto prematuro. Por razones desconocidas, las mujeres de etnia negra son más propensas a tener un parto prematuro que las pertenecientes a otros grupos étnicos.
Si el cuidado médico se inicia al comienzo del embarazo, el riesgo de parto prematuro disminuye y, en caso de que éste se presente, mejora el pronóstico. Si las contracciones prematuras y el parto precoz parecen evidentes, el médico puede administrar medicamentos tocolíticos para detener el parto temporalmente y corticosteroides para acelerar la maduración de los pulmones del feto.
El desarrollo adecuado de los pulmones es fundamental para el recién nacido. Para que el bebé pueda respirar por sí mismo, los sacos de aire (alvéolos) de los pulmones deben ser capaces de llenarse de aire en el momento de nacer y permanecer abiertos. Logran hacerlo debido, en gran medida, a una sustancia llamada surfactante, que se produce en los pulmones y reduce la tensión superficial. Los bebés prematuros no suelen producir suficiente surfactante y, en consecuencia, los sacos de aire de los pulmones no permanecen abiertos. Entre una inspiración y otra, los pulmones sufren un colapso completo. La enfermedad resultante, el síndrome del distrés respiratorio, puede provocar otros problemas significativos, que en algunos casos llegan incluso a ser mortales. Los bebés con este síndrome requieren tratamiento con oxígeno; si la enfermedad es grave, se ponen en un respirador artificial y se tratan con surfactante, que puede administrarse directamente mediante un tubo introducido en la garganta del bebé (tráquea).
Además de unos pulmones inmaduros, un bebé prematuro tiene un desarrollo cerebral incompleto, lo cual contribuye a provocar pausas en la respiración (apnea), debido a que el centro respiratorio del cerebro puede ser inmaduro. Es posible utilizar medicinas para reducir la frecuencia de la apnea y el bebé se recuperará a medida que el cerebro madure. Un cerebro muy inmaduro es vulnerable a hemorragias o a lesiones si se interrumpe el suministro de oxígeno o de sangre. Aun cuando exista hemorragia cerebral, la mayoría de los bebés prematuros se desarrolla normalmente, a menos que presenten una lesión cerebral grave.
El desarrollo prematuro del cerebro puede impedir inicialmente que el bebé succione y trague normalmente. Muchos bebés prematuros se alimentan por vía intravenosa al principio y luego pasan a la alimentación con leche suministrada a través de un tubo que llega al estómago. A las 34 semanas de edad, deben ser capaces de tomar la leche del pecho materno o de un biberón. Inicialmente, el reducido tamaño del estómago puede limitar la cantidad que se les puede administrar en cada lactación; cuando es demasiada, el bebé la vomita.
Los bebés prematuros son particularmente propensos a sufrir fluctuaciones en los valores de azúcar (glucosa) en sangre (ya sean altos o bajos).
El sistema inmune de los bebés prematuros no se encuentra totalmente desarrollado. No han recibido el complemento necesario de anticuerpos contra las infecciones, que les proporciona su madre a través de la placenta. El riesgo de contraer infecciones graves, sobre todo las que afectan al flujo sanguíneo (sepsis), es considerablemente más alto en los bebés prematuros que en los nacidos a término. También son más propensos a contraer enterocolitis necrosante (una inflamación muy grave del intestino).
Antes del nacimiento, los productos de desecho del feto atraviesan la placenta y son excretados por la madre. Después del parto, los riñones y el intestino deben hacerse cargo de esta función. La función renal en un bebé sumamente prematuro es limitada, pero mejora a medida que los riñones maduran. Después del parto, el bebé necesita un funcionamiento hepático normal, además del intestinal, para excretar bilirrubina (pigmento amarillo derivado de la destrucción normal de los glóbulos rojos) por las heces. La mayoría de los recién nacidos, sobre todo los prematuros, presenta un aumento temporal en la concentración de bilirrubina en sangre que puede causar ictericia. Dicho incremento se produce porque su función hepática carece de suficiente madurez y, además, porque no poseen la misma capacidad de ingerir alimentos y tienen menos movimientos intestinales que los bebés mayores. Los niveles muy altos de bilirrubina pueden producir querníctero, una forma de lesión cerebral. Sin embargo, la mayoría de los bebés tiene algo de ictericia, que no es grave y desaparece a medida que mejoran tanto su alimentación como sus movimientos intestinales.
Habitualmente, los bebés prematuros son colocados en una incubadora, ya que pierden calor rápidamente y tienen dificultades para mantener la temperatura normal del cuerpo.